Hermógenes Ortega Morales: El latido de la Sierra.
El 13 de abril de 1934, bajo el sol ardiente de Niquero, en la antigua provincia de Oriente, nació un hombre cuya vida sería sinónimo de lucha. Hermógenes Ortega Morales, hijo de campesinos, aprendió desde niño que la tierra no solo da frutos, sino cicatrices.
Sus manos endurecidas por la zafra cañera y el café fueron su escuela. En su infancia no hubo recreo ni libros, solo la batalla diaria por el sustento. Sus años de juventud transcurrieron sin más ilusiones que el día siguiente, hasta que entendió que la vida no debía ser solo sobrevivir.
A los 24 años, con la certeza de que la opresión no se erradica con resignación, se unió al Ejército Rebelde, dejando atrás el arado por el fusil. En la Sierra Maestra, bajo las órdenes de Reinaldo Mora, peleó en combates que forjaron la historia: Severino, Santo Domingo, Las Mercedes, Cerro Pelado. Cada disparo era un golpe a la injusticia, cada paso en la montaña un latido de esperanza para los humildes.
Triunfó la Revolución, pero la lucha no terminó. Hermógenes pasó al 5to Distrito, Porvenir y Acosta, cumpliendo funciones en la Guarnición. Luego, en San José de las Lajas, en la UM 1270, se formó en la artillería de morteros. No había descanso, porque defender lo ganado es tan difícil como conquistarlo.
En 1964, colgó el uniforme pero no la causa. La Revolución continuaba en sus manos callosas, ahora trabajando en la Empresa Forestal y luego en la Empresa de Cítricos de Sandino, donde aún hoy su esfuerzo sigue abonando la tierra.
En este 5 de mayo, Día del Combatiente, su historia no es solo la de un soldado, sino la de un hombre que entendió que luchar no es disparar, es resistir; que la Revolución no es un instante, sino una vida entera dedicada a la justicia.
Hermógenes Ortega Morales sigue aquí, en cada amanecer sobre los campos, en el sudor de los trabajadores que creen en un país mejor. Porque hay vidas que no se cuentan, se sienten.
Hoy, la Sierra todavía late con su nombre.