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El Nene y el Día del Relojero: cuando el tiempo se deja tocar

Cada 3 de noviembre, los relojeros celebran su día. No por capricho, sino por memoria. La fecha honra a San Eloy, patrón de los artesanos del metal, que en el siglo VII reparaba herramientas con la misma devoción con que otros rezan. En Cuba, donde los oficios sobreviven a la escasez como plantas que crecen en grietas, el Día del Relojero es más que una efeméride: es un acto de tradición y cultura

Y en Sandino, ese día tiene nombre propio: Luis Alberto Márquez. Aunque todos lo conocen como “el Nene”.

El Nene no aprendió la relojería en una escuela. Aprendió rompiendo. En 1962, con la curiosidad de quien quiere entender cómo late el mundo, empezó a desarmar relojes. “Fui rompedor de relojes hasta 1980”, dice, y se ríe con una risa que parece venir de adentro de un engranaje. No sabía cómo volverlos a armar, pero los abría como quien abre un corazón.

Después estudió. Se graduó en 1985 en Pinar del Río, ya con experiencia en la FAR, donde reparaba armamento. Allí entendió que cada pieza tiene su lugar, que un tornillo puede ser la diferencia entre el silencio y el latido. “La relojería es como la medicina”, dice. “Cada tic-tac te dice algo. Hay que saber escuchar”.

A sus 75 años, con la vista cansada y las herramientas escasas, ya no se mete en lo complejo. Pero sigue aprendiendo. “Cada vez que uno aprende, es algo nuevo. A los 75 no se lo sabe todo”. Lo dice sin tristeza, como quien sabe que el tiempo no se domina: se acompaña.

Su taller es una habitación con olor a aceite y madera. Hay relojes rusos, suizos, chinos, cubanos. Algunos esperan desde hace años. Otros ya no tienen arreglo, pero él los guarda igual. “Hasta un tornillo importa”, repite. Y lo dice como quien habla de una vida.

Tiene un nieto que lo observa. Que lo imita. Que empieza a seguir sus pasos. Y eso lo emociona. Porque en Cuba, donde los oficios se heredan más por amor que por conveniencia, que alguien quiera aprender a escuchar el tiempo es casi un milagro.

Este 3 de noviembre, el Nene no pide homenajes. Solo quiere que el tiempo siga latiendo.
Y mientras ajusta un engranaje con la delicadeza de un cirujano, uno entiende que hay oficios que no se enseñan: se habitan.

Porque hay hombres que no trabajan con las manos, sino con el alma.
Y cada reloj que vuelve a latir en su taller es una forma de decir:
el tiempo no se ha ido, solo estaba esperando que alguien lo escuchara.

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