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Sandino: Vocación que late en el alma

El sol de la tarde envuelve Sandino en un resplandor dorado, tiñendo de calidez las calles polvorientas y los rostros cansados de quienes han entregado su día al trabajo. Pero hay otras manos que no descansan, otras miradas que, incluso en la fatiga, irradian esperanza. Son aquellos que, con uniforme blanco y alma firme, sostienen la vida en sus manos.

En el pequeño consultorio, el aire se llena de murmullos serenos, de palabras suaves que alivian más que el medicamento. Una madre, con ojos que llevan la angustia de muchas noches sin dormir, entrega a su niño febril en brazos solidarios. Las manos expertas actúan con precisión, un roce firme sobre la frente, el sonido tranquilo de un estetoscopio que busca respuestas. No hay magia en lo que hacen, pero sí un milagro: el niño, horas después, vuelve a reír.

En Sandino, ser enfermero no es solo una profesión. Es entender que el dolor ajeno se convierte en propio, que cada paciente es más que un número en una historia clínica. Es recordar el llanto de aquel anciano al que sostuvieron la mano en sus últimas horas, el abrazo de la madre agradecida, la sonrisa del niño que, después de días de fiebre, vuelve a correr por las calles del pueblo.

Hoy, cuando Cuba celebra el Día de la Enfermería, en Sandino no hay discursos rimbombantes ni reconocimientos oficiales. Lo que hay es algo más grande: la certeza de que en cada amanecer, en cada casa donde alguien sufre, en cada rincón de esta tierra, ellos estarán ahí. Porque su vocación no se mide en horas de trabajo, sino en vidas tocadas por su entrega.

Y mientras el sol se oculta tras los campos, continúan, firmes, con la convicción de que la verdadera grandeza está en cada gesto de amor que salva un día, una vida, una esperanza.

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