Celia Sánchez Manduley, la flor que nunca marchita.
En lo más profundo de la Sierra Maestra, donde la historia se escribió con sangre y esperanza, hay un nombre que sigue latiendo en el corazón de Cuba: Celia Sánchez Manduley. No fue solo combatiente, no fue solo estratega. Fue el alma de la Revolución, la mujer que convirtió cada sacrificio en un acto de amor por su pueblo.
Celia caminó los senderos de la montaña con la certeza de que el futuro de Cuba se tejía en cada paso. Su voz, firme pero dulce, organizaba, guiaba, protegía. No había tarea pequeña, no había obstáculo insuperable. Desde la clandestinidad hasta la victoria, su presencia fue un faro en la tormenta.
Dicen que la Revolución tuvo muchos rostros, pero Celia fue su esencia. Guardó cada documento, cada carta, cada testimonio, porque sabía que la memoria es la raíz de la historia. Su legado no está solo en los libros, está en cada escuela que ayudó a construir, en cada hospital que soñó para su pueblo, en cada niño que aprendió a leer gracias a su empeño.
Hoy, en su cumpleaños, su recuerdo no es solo nostalgia. Es fuerza, es inspiración, es compromiso. Porque Celia no se fue, Celia vive. En cada flor que nace en la Sierra, en cada bandera que ondea con orgullo, en cada cubano que lucha por un país más justo.